lunes, 23 de diciembre de 2013

Una pálida historia de amor, Rodolfo Fogwill










Si le hablan de ese modo ella necesita reír. Está triste: no es nada, los días que pasaron están hecho sólo de olvido y los que vienen son idénticos: uno detrás de otro, como la sucesión de unas nubes insignificantes en la luz chata del cielo.

Los hombres son iguales para Dios pero no son iguales para el destino en la vida.

La ciencia es indiscutible pero los científicos se comportan como los fieles de alguna secta, negándose a aceptar cosas evidentes: la existencia de Dios y otros poderes superiores.

Se sentaron en un banco, cerca de la fuente. El agua subía casi pulverizada y por efectos del viento el vapor caía lentamente. Inclinando las cabezas y buscando cierto ángulo para mirar el sol entre las ramas podían ver la luz trazando un arco iris en el borde de espuma.

-No tengo compromisos con ningún hombre. No soy de nadie –dijo ahora-. Hay muertos. Hay seres que murieron y que están cerca de mí. Me rondan. A veces escucho que hablan. Hablan para mí, o se quejan solos.

Porque las palabras no pueden explicar, sólo estropean los hechos espirituales.




LA OBRA

Título: Una pálida historia de amor / Autor: Rodolfo Fogwill /
Editorial: Aguilar / Año: 2013  / Páginas: 160

Es la primera vez que leo al autor y lo tenía pendiente desde hacía mucho.
La historia es interesante, tiene sus escenas muy bien logradas pero me ha faltado algo. Para comenzar, es una novela demasiado corta. A medida que iba leyendo me costó adentrarme en ciertos personajes porque pasan y siguen. La protagonista, Equis, no terminó de convencerme. Ella es una bailarina exótica, acompañante de la elite panameña y vive en un hotel; todas las noches brinda un show en un cabaret. Luego, a veces, sale con hombres que pagan por su compañía, hombres poderosos que confluyen en Panamá: militares norteamericanos, empresarios chilenos, viajeros. Pero hay algo en el personaje que no me cierra: siente cariño por sus clientes, entre maternal y amistoso. He podido dialogar con mujeres trabajadoras sexuales, como prefieren que las llamen, y en algún momento aparece el asco. Equis, en cambio, no le hace asco a nada: ni a un hombre con los dientes podridos, ni a una niña, ni a un anciano. Me pregunté si sería parte de una abulia, de una insatisfacción, de  una búsqueda. No pude tener respuestas porque el personaje discurre en un estado de cierta apatía y se escapa.
Otro aspecto que no me convenció: los elementos fantásticos poco desarrollados. Uno se queda en ascuas porque también pasan y siguen. La relación con Sarmiento, uno de los personajes que aparece muy poco, está muy chata.
Me resultaron atrayentes ciertos saltos temporales así como el ingreso de algunos datos del contexto socio-histórico de manera sutil y sin entrar en detalles tediosos. Sobre su intención de contar la historia política argentina sólo lo he visto, quizás por mi incapacidad, en las entrevistas concedidas por el autor: “Me propuse imaginar la intimidad de la ex bailarina y presidenta y por eso escribí aquel mal libro que se llamó Una Pálida Historia de Amor. Lo que hay de argentino es el énfasis en cierto sentimiento de superioridad por hablar como argentino, una fascinación por el habla sostenida como un signo identitario.
Volveré a leer a Fogwill porque no considero que pueda hacerme una idea de Fogwill escritor tan solo leyendo un libro, hablo de Fogwill escritor porque del Fogwill personaje imitando las poses de Dalí y con la sexualidad exacerbada al estilo Bukowski tengo  los ovarios al plato. Me esperaba, de un autor proclamado como genio, una obra genial. Quizás hay mucho de personaje, de propagandística,  en la figura del escritor, como él mismo lo afirma en varias entrevistas, son “guerritas”. Además, él dijo de su esta novela que leí: “novela mala”, no sé si estaba siendo irónico y lo dijo Fogwill personaje.  Quizás debiera continuar con Los pichiciegos.







-Bien acentuadas, las sucesiones de cinco o siete sílabas, como las de once bien organizadas prometen un discurso más fluido que el que predomina en el habla y en el periodismo, aunque después el libro –como siempre me ocurre– termine frustrando cualquier expectativa de fluidez. Decía mi maestro que en la ficción hay que saber mentir bien desde el comienzo: el título. Mi maestro soy yo y por eso jamás titularía una obra "el presente", "el futuro" ni "el pasado" que, por tetrasílabos, en la lectura muda se oyen como dos nombres (Elfu Turo) ninguno de los cuales significa nada y, por simétricos (Tá-tá/Tá-ta) preanuncian una escritura tan moralista y escolar como los tiempos de conjugación verbales en los que se inspiran.


-Cuando unos escritores (¡de izquierda!) que habían participado del proyecto de lanzamiento del Partido de la Democracia Social de Massera me contaron que su almirante negociaba con Isabel Perón reponerla en el poder para organizar la transición a la democracia, me propuse imaginar la intimidad de la ex bailarina y presidenta y por eso escribí aquel mal libro que se llamó Una Pálida Historia de Amor. Evidentemente, no nací para cumplir propósitos, pero ahora ando con el propósito de reciclar aquella escena de erotismo lesbiano pedófilo entre la protagonista y la hijita de otra figura de su época, que debe ser lo único rescatable de tanta pálida de mi novela mala.

-Guerritas: mi vida son guerritas. Creo que como la de todo el mundo. Soy mamífero y el mamífero trata de ocupar su territorio, defenderlo y ampliarlo según sus caprichos.

- Las grandes editoriales son el camino más rápido a la mesa de saldo. De sus libros buenos venden cuatrocientos, y encima casi todos son malos. Pero de golpe les ofrecen tres o cuatro mil mangos a pibes que están en la lona y agarran; van a la mesa de saldo al par de meses y así es como los desgastan.

- Salvo si uno es una máquina de hacerse propaganda, como soy yo.

- Hay grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1.500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento?

- Ser escritor es fracasar en la vida. Casi todos terminan mendigueando la beca, el pequeño premio. Una mina para casarse quiere un tipo que tenga no esta mierda [y golpea el volante], sino de Volkswagen Gol para arriba, y que pueda comprar departamentos; y los escritores no pueden, terminan, de viejitos, en el mejor de los casos, ganando luca y media por mes del premio nacional, el que es profesor a lo sumo otra luca, y si los editores les pagan dos libros por año son diez lucas, o sea 3.300 pesos por mes, y con eso no se paga ni el seguro de uno de esos autos

- Escribir para mí es pensar. Es cierto, aunque sea pensar sobre la frase (y no sé si hay maneras de pensar fuera de una frase). Y escribo para no ser escrito, para no ser narrado por el discurso social que circula y tengo que repetir. Y ahora siento que a medida que voy escribiendo, que sale un libro nuevo, o que tengo un texto nuevo satisfactorio (porque los libros no me importan una mierda, acá todos hablan de los libros y nadie de los textos), siento que obtengo una victoria, porque no es algo que me mandaron.

- Para un escritor creo que todo es parte de la obra. También la elaboración de su imagen pública.






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