FRASES SUBRAYADAS
También ellos necesitan ser muchos para existir.
Le teníamos un
miedo horrible porque sabíamos que estaba solo.
¿Qué puede
temerse de un mundo tan regular?
Los objetos no
deberían tocar, puesto que no viven.
Uno los usa, los pone en su sitio, vive entre ellos; son útiles, nada más. Y a
mí me tocan; es insoportable. Tengo miedo de entrar en contacto con ellos como
si fueran animales vivos.
Me bastarían
quince minutos, estoy seguro, para llegar al supremo hastío de mí mismo.
Tal vez sea
imposible comprender el propio rostro. ¿O acaso es porque soy un hombre solo?
Los que viven en sociedad han aprendido a mirarse en los espejos, tal como los
ven sus amigos. Yo no tengo amigos; ¿por eso es mi carne tan desnuda? Sí, es
como la naturaleza sin los hombres.
Al ver mi sombra
que se funde a mis pies en las tinieblas, tengo la impresión de hundirme en un
agua helada.
Tengo frío, me
duelen las orejas; han de estar rojas. Pero yo no me siento; me ha ganado la
pureza de lo que me rodea; nada vive; el viento silba, líneas rígidas huyen en
la noche.
Veo el porvenir.
Está allí en la calle, apenas más pálido que el presente. ¿Qué necesidad tiene
de realizarse?
Pasa un tranvía:
relámpago rojo en el cielo raso.
Esto es lo que
engaña a la gente; el hombre es siempre
un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve
a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la
contara.
Pero hay que escoger: o vivir o contar.
Hay que
escribirlo todo al correr de la pluma, sin buscar las palabras.
Luz suave; las
gentes están en sus casas, también habrán encendido la luz. Leen, miran el
cielo por la ventana. Para ellos… es otra cosa. Han envejecido de otra manera.
Viven en medio de legados, de regalos, y cada uno de sus muebles es un
recuerdo. Relojitos, medallas, retratos, caracoles, pisapapeles, biombos,
chales. Tienen armarios llenos de botellas, telas, trajes viejos, periódicos;
lo han guardado todo. El pasado es un
lujo de propietario.
¿Dónde había de conservar yo lo mío?
Nadie se me te el pasado en el bolsillo, hay que tener una casa para
acomodarlo. Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su cuerpo, no
puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise
ser libre.
La Experiencia es
mucha más que una defensa contra la muerte; es un derecho: el derecho de los
ancianos.
Presente, nada más que presente. Muebles
ligeros y sólidos, incrustados en su presente, una mesa, una cama, un ropero
con un espejo, y yo mismo. Se revelaba la verdadera naturaleza del presente:
era todo lo que existe, y todo lo que no fuese presente no existía. (…) Las
cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás
de ellas… no hay nada.
Si por lo menso
pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los
pensamientos son lo más insulso que hay.
Yo alimento esta
especie de rumia dolorosa: existo.
No quiero
pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento. ¿Entonces no se acabará nunca?
Existo porque
pienso… y no puedo dejar de pensar.
La existencia es
una caída acabada, no caerá, caerá, (…) La
existencia es una imperfección.
La misantropía
también tiene su lugar en este concierto: es una disonancia necesaria para la
armonía total.
Las cosas se han
desembarazado de sus nombres. Están ahí, grotescas, obstinadas, gigantes, y
parece imbécil llamarlas banquetas o decir cosas de ellas: estoy en medio de
las Cosas, las nominables. Sólo, sin
palabras, sin defensa, las Cosas me rodean, debajo de mí, detrás de mí,
sobre mí. No exigen nada, no se imponen; están ahí.
El mundo de las
explicaciones y razones no es el de la existencia.
Los movimientos
nunca existen del todo, son pasos intermediarios entre dos existencias, tiempos
débiles.
La existencia no
tiene memoria, no conserva nada de los desaparecidos ni siquiera un recuerdo.
Había imbéciles
que venían a hablar de voluntad de poder y lucha por la vida. ¿No habían mirado
nunca un animal o un árbol?
Los árboles
flotaban. ¿Ímpetu hacia el cielo? Más bien un derrumbe. (…) Cansados y viejos,
continuaban existiendo de mala gana, simplemente porque eran demasiado débiles para morir, porque la muerte sólo podía
venirles del exterior: sólo las melodías musicales llevan en sí su propia
muerte como una necesidad interna; pero las melodías no existen.
La existencia es
un lleno que un hombre no puede abandonar.
Me sobrevivo.
Vivo en el
pasado. Vuelvo a tomar todo lo que me ha
sucedido y lo arreglo.
Las ciudades me dan miedo. Pero no hay
que salir de ellas. Si uno se aventura demasiado lejos, encuentra el círculo de
la Vegetación. La
Vegetación se ha arrastrado kilómetros enteros en dirección a las ciudades.
Aguarda. Cuando la ciudad esté muerta, la Vegetación la invadirá, trepará por las piedras,
las estrechará, las hará estallar con sus largas pinzas negras; cegará sus
agujeros y dejará colgar por todas partes sus patas verdes.
Las ciudades disponen de una sola jornada que se repite, muy
parecida, todas las mañanas.
Esto es lo que hay: paredes y entre las paredes, una
pequeña transparencia viviente e impersonal.
Podría
constituir un apólogo: era una vez un pobre tipo que se había equivocado de
mundo.
Soy libre: no me queda ninguna razón para vivir.
Nada. He existido.
(Nota: los
resaltados en negrita me pertenecen)
SOBRE LA OBRA
Desde la óptica
del protagonista, Antoine Ronquetin, y a través de sus diarios, uno se sumerge
en todo aquello que lo rodea para hablar del transcurrir, de la existencia, la
soledad, el pasado, los recuerdos y la Náusea, esa Naúsea que lo posee, en la Náusea que él habita: “la Náusea no me ha abandonado,
me posee”, “La Náusea
no está en mí (…) soy yo quien está con ella”, “Estoy en la Náusea”. Su escritura es la
única manera posible para detener la Naúsea. Su diario es la
lucha de un hombre contra la imposibilidad de no existir, contra la soledad y
el asco de su existencia cotidiana y rutinaria, de quien está de más, de quien
no encaja, de quien se siente asfixiado por las cosas y la gente, pero a su vez
desea sobrepasar su soledad pero tiene miedo.
Antoine Ronquetin se ha radicado en
Bouville para escribir un libro sobre los últimos acontecimientos de un
personaje enigmático, el Marqués de Rollebon, muerto ya hacía muchos años
atrás. Junto a lo cotidiano, se narra el
discurrir de Antoine en cada escenario, los otros con quienes se cruza, los
objetos de la ciudad que transita, todo se impregna con sus sentimientos, con su
forma aguda de enfrentarse a la existencia. Cada detalle guarda la
potencialidad de despertarle “la
Náusea”, ese sentimiento de asco hacia la vida cotidiana,
hacia el existir que es apenas un discurrir monótono sin razón ulterior.
El libro fue publicado en 1938. Los acontecimientos que narran se
contextualizan en 1932. Toda la obra puede leerse como una crítica hacia la
vida moderna, la ciudad, las formas de alienación y el automatismo, así como la
espera de un acontecimiento extraordinario, la desesperación y la
trascendencia. La Náusea
es una novela fundamental para comprender la filosofía de Sastre. Al terminar
de leer esta novela sentí los deseos de volver sobre algunas de sus obras que
leí hace mucho como “Las palabras” y “A puerta Cerrada”. De alguna manera
siempre hay un hilo conductor entre sus escritos que uno puede seguir a manera de rastro que se amplia.
SU AUTOR
Jean-Paul Sartre es un filósofo, escritor y
periodista francés. Nació en París en 1905 y murió en la misma ciudad en 1980. Es
conocido también por ser uno de los principales representantes del
existencialismo, movimiento filosófico que enfatiza la existencia individual,
la libertad, la subjetividad y la responsabilidad de los actos individuales.
Junto a Simone de Beauvoir, fundó la
revista Les Temps Modernes, centrada en temas de literatura y política, llegando
a ser editor jefe.
En el año 1964, ganó el Premio Nobel
de Literatura, rechazándolo para no ver comprometida su integridad como
escritor.
Algunas de sus obras fundamentales: La
edad de la razón (1945), El aplazamiento (1945), La muerte en el alma (1949) San Genet,
comediante y mártir (1952), A puerta
cerrada (1944), La puta respetuosa (1946) y su autobiografía, Las palabras
(1964), entre otras.
DIJO SARTRE
(Extractos de
entrevistas)
-“La idea de
fracaso no tiene un fundamento profundo en mí, en este momento; por el
contrario, la esperanza, en cuanto relación del hombre con su fin, relación que
existe incluso si éste no se alcanza, es lo que está más presente en mis
pensamientos”. (En: Elpaís)
-“ Mi trabajo no
ha estado presidido por la voluntad de ser inmortal”. (En: Elpaís)
A continuación
dejo unos fragmentos extraídos de una entrevista, que para mí me resultó importante para entender la obra del autor,
realizada en el año 1967 por Radio Canadá y que por suerte está completa en la
red (Ir al a entrevista). En dicha entrevista habla sobre el rol de los
intelectuales, sobre su posicionamiento acerca de conflictos de la época y
sobre su escritura, entre otros.
-“Un intelectual
aparece a partir del momento en que el ejercicio de este oficio hace surgir una
contradicción entre las leyes de ese trabajo y las leyes de la estructura
capitalista (…) El humanismo burgués que se pretende universal es en realidad
un humanismo de clase; en ese momento se
encuentra esa contradicción, el científico la encuentra en sí mismo. A pesar de los conceptos burgueses que él
mismo tiene por haber sido instruido y educado por los burgueses, al mismo
tiempo él siente que su propio trabajo
lo conduce a esa idea de universalidad que es contraria a la de los burgueses,
y en consecuencia, a la naturaleza de su propia constitución. Es entonces
cuando se convierte en un intelectual. En otras palabras, un científico nuclear
no es un intelectual (…).
El intelectual tiene un doble
aspecto. Es la vez un hombre que hace determinado trabajo y no puede dejar de
hacer ese trabajo. Tiene que hacer su trabajo porque no es en el aire donde él
descubre sus contradicciones. Es en el ejercicio de su profesión, y al mismo
tiempo denuncia estas contradicciones a la vez en su propia interioridad y en
el exterior porque se da cuenta de que la sociedad que lo ha construido, lo ha
construido como un monstruo. Es decir, como alguien que custodia intereses que
no son los suyos. (…) La denuncia porque la sufre, no porque la descubra fuera
de sí. Porque la sufre a su manera como otros explotados sufren (…) Es el
descubrimiento de la alienación en sí mismo y fuera de sí mismo”.
“Un intelectual
está hecho para meterse siempre en lo que no le importa”.
-“Las únicas
razones que pueden darse para la presencia agresiva de los norteamericanos en
Vietnam tienen que ver con el imperialismo. Razones no tanto económicas, como
políticas y estratégicas. Es precisamente por eso que considero que si se
abandona la lucha por la independencia de Vietnam (…), si se deja hacer,
estaremos admitiendo que la sociedad capitalista con su caos y sus
contradicciones y también con sus posibilidades de tapar sus grietas,
continuará. Es admitir que la resistencia pacífica estará a favor de los
imperialistas. Será admitir que los norteamericanos, en el mundo actual, pueden
hacer lo que quieran. Es aceptar la hegemonía norteamericana. Un triunfo de los
norteamericanos en Vietnam sería a la vez una especie de triunfo anticipado en
América Latina. Podrá contribuir a desalentar a mucha gente, haciendo reinar en
el mundo la “pax americana”.
“Todos los
ciudadanos deben ser capaces de juzgar, desde un punto de vista jurídico y
legal, la política de un gobierno que les concierne, no sólo del suyo propio,
sino de cualquier gobierno”.
“La fuerza no da
la legalidad”.
“¿Será que yo
huyo hacia el pasado por las cosas demasiado fuertes del presente? Es posible,
de a ratos. Porque la condición del intelectual es muy difícil de soportar. (…)
Pero debo decir que también constituye un intelectual y sus contradicciones el
no querer ser un intelectual porque no es agradable serlo”.
“No hay que
perder el tiempo contestando los ataques. Hay que trabajar. No quiero defender
mis intereses ideológicos lanzándome a apresuradas discusiones como hacen los
autores de la Nueva
Novela, atacándose entre ellos en lugar de escribir. Han
dejado de escribir novelas que es lo que deberían hacer”.
“La actividad de
escribir está ligada a la condición humana. Es el uso del lenguaje para fijar
la vida”.
“Hay un
envejecimiento social que no tiene nada que ver con el envejecimiento
psicológico o fisiológico. Es el hecho de que ya no tengo más la edad de
cambiar de carrera porque soy demasiado viejo para que un aprendizaje largo sea
rentable. Por lo tanto, quedo cada vez más confinado a mi carrera. Bueno, es lo
que me pasa a mí también. (…) Debo, igualmente, renunciar a ser otra cosa, que
esta especie de compuesto híbrido entre lo que quise ser y lo que los demás
hicieron de mí. Esa es mi realidad objetiva. Está alienada, es lo normal.
Estamos todos alienados y hay que arreglárselas. Ahora me queda un pequeño
margen de elección que puedo utilizar hasta que la masa práctico-inerte no me
deje ninguna elección, y en ese momento será un adorno”.
“Escribí en ‘San
Genet’ que hay gente a la cual ciertos vicios o cierta constitución sexual,
horrorizan. Por ejemplo, conocí muchos hombres que sentían horror por la
homosexualidad porque consideraban que un homosexual no es un hombre. Y eso no
les concierne. Y en consecuencia niegan toda solidaridad. Consideran, y en mi
opinión tiene razón, que los astronautas llevan a cabo por ellos una de las
virtualidades, una de sus posibilidades, que si ellos hubieran sido educados de
otro modo, si hubieran tenido otra infancia u otra juventud, hubieran podido
ellos mismos hacer esas hazañas. Así que el hombre que se destaca vale por
todos, representa una virtualidad que hay en todos. Es muy justo, pero ¿por qué
tomar a aquel que va a lo más alto, al que realiza una hazaña? El crimen, la
tortura, el racismo son cosas que no debemos considerar fuera de nosotros sino
como realizaciones de nuestra virtualidad. No hay que decir que el hombre es
bueno o malo sino que según las circunstancias el hombre es bueno o malo. Así,
cuando consideramos el racismo no debemos considerar el anti-racismo sólo como
un estado de lucha exterior. Hay que considerarlo como un estado de lucha con
uno mismo”.
Por: Gabriela Marta Lago
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