martes, 17 de diciembre de 2013

Elogio de la lentitud / Carl Honoré



-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras
tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía
la liebre riéndose de la tortuga.
“La liebre y la tortuga”, Esopo



“Elogio de la lentitud. Movimiento mundial desafía el culto a la velocidad” fue escrito por Carl Honoré y la edición que leí es del año 2011 y fue editado por Del Nuevo Extremo.  En su tapa están confrontados, fácil la comparación con la parábola, una liebre y una tortuga. El libro trata sobre le movimiento “slow” que ha ido captando seguidores en distintos países y en distintas esferas como el ocio, la alimentación, etc. Dicho movimiento consiste en hacer las cosas más despacio, desacelerarse, pero sólo en los momentos que sea necesario. “La filosofía  de la lentitud podría resumirse en una sola palabra: equilibrio. Actuar con rapidez cuando tiene sentido hacerlo y ser lento cuando la lentitud es lo más conveniente”

         Seré sincera y diré que no leí todo el libro. En la página 180 decidí dejarlo ya que el autor desinfló mis expectativas, digo por ser benigna.  A continuación expondré mis subjetividades para fundamentar lo que acabo de decir.


“El vamos rápido” dan cuenta la cantidad de accidentes automovilísticos en mi país,  las consultas por stress en el médico. “El vamos rápido” se evidencia por las carreras que hace una persona de un trabajo a otro porque ya la desigualdad es cada vez más abismo. Hasta la mitad del libro el autor ha profundizado en lo obvio pero no brinda, ni siquiera rozado, una explicación sobre las desigualdades sociales, las diferencias de clase, la supervivencia de unos seres humanos que corren para salvarse de la explotación.  Para el autor los seres humanos pertenecen a una solo sociedad, en un todo homogéneo y con la misma capacidad adquisitiva que su bolsillo.


El libro está armando sobre la obviedad y con estadísticas y datos que pueden resultar interesantes.  Cito algunas frases donde brilla la obviedad:

“Es inevitable que una vida apresurada se convierta en superficial. Cuando nos apresuramos, rozamos la superficie y no logramos establecer verdadero contacto con el mundo o las demás personas”.

“Una de las razones por las que necesitamos estimulantes es que muchos no dormimos lo suficiente”.

“Cuando la gente se traslada a la ciudad comienza a hacer todo con más rapidez”.



         Cuando hablamos de aceleración y lentitud siempre es en relación al tiempo como variable. El autor menciona que “la humanidad siempre ha sido esclava del tiempo y ha percibido su presencia y su poder, pero nunca ha sabido con precisión como definirlo”. El tiempo es percibido según como es significado en la sociedad donde nacimos. Para Occidente, el tiempo es lineal, tirano, poco, oro y dinero. El “acelerarse” es en realidad la cantidad de tareas que hacemos en un lapso temporal. “Hoy estoy acelerada” es decir: “Hoy hice mil cosas”. Nuestro tiempo puede medirse hasta milésimas de segundo, lo cual incentiva la aceleración y la necesidad de apoderarse hasta en un tiempo imperceptible. La vida de un ser humano se resume, biografía, en las tareas que ha llevado a cabo: viajó a, trabajó de, hizo tal, nació en, murió cuando. Pero no es así para la “humanidad”, palabra que el autor menciona con frecuencia. “Humanidad” que hace alusión a un todo homogéneo que pervive desde un pasado remoto y que será así. Decir humanidad es decir chatura, es simplificar las diversidades y desigualdades a un solo tipo: ser occidental, europeo y blanco, capitalista y de elite.  Otros pueblos consideran al tiempo como circular cuando nada tiene fin. El tiempo se puede hacer corpóreo en las oscilaciones vegetales. Ni siquiera se plantean que el tiempo no alcanza, que el tiempo es tirano, que el tiempo nos acogota y nos asfixia; el tiempo es y uno es el tiempo, así de simple y punto. Los complicados somos nosotros que estamos mal con nuestro ser en el mundo, que es en general un tengo en el mundo pero solo, como respuesta o como parche,  comemos despacio  alimentos onerosos para desacelerarnos o apagamos el reloj por una tarde. Esta es nuestra confrontación contra todo el malestar  contemporáneo por lo tanto es una acción que llevará al fracaso. Otros pueblos son en el tiempo en tanto el transcurso de los ritos: soy niño, soy cazador, soy hombre, soy anciano, soy chamán y ese devenir del ser me ancla en el tiempo y en el espacio, en un tiempo benigno porque me permite ser. Nosotros decimos “tengo un niño” y la diferencia es abismal. Recomiendo la lectura de “Tener y ser” de Eric Fromm.

         Hace mucho tiempo se había concebido la vida de los pueblos nómadas, desde la óptica occidental, como grupos humanos al borde de la extenuación, siempre buscando comida desde que se levantan hasta que se acuestan. Marshal Sahlins en “La sociedad opulenta primitiva”, capítulo del libro  “La economía en la edad de piedra”,  refuta estos posicionamientos. ¿Cuál es la sociedad opulenta? ¿La occidental o una nómada? De seguro responderemos que la nuestra es compleja y opulenta y la otra es simple y en la carestía y esto es así porque la opulencia para nosotros es relativa al  “tener”.  Concluye Sahlins que los grupos de cazadores recolectores podían satisfacer sus necesidades y encima les sobraba tiempo para compartir con los otros y para dedicarse a actividades no relativas  a la economía, como la caza y la recolección. La escasez de los grupos actuales es producto de haber perdido sus tierras y haber sido expulsados, por la expansión y el saqueo capitalista, hacia las tierras yermas o de bajo recursos.






De un capítulo a otro uno puede ir anotando las clases de Tai Chi que podría tomar, los restaurantes a dónde debería ir caminando, las sesiones de Reiki que podría tomar para desacelerarse y cosas por el estilo, con la banalidad de un manual para Yuppies. Las personas consultadas y entrevistadas para dar testimonio de quienes optan por la vida lenta pertenecen a la clase de profesionales de elite: abogados, empresarios, agentes de bolsa, médicos, etc.
         El autor establece una crítica contra el capitalismo, contra la impronta de la aceleración y de la eficiencia en nuestra vida cotidiana, pero no hacia el mundo laboral. Dice que tenemos que ir rápido cuando sea necesario, alusión al trabajo, pero ir lento en otros ámbitos como en la hora de las comidas, del ocio, de una lectura, de una caminata a pasito de tortuga. Es decir, retomando la parábola de la liebre y la tortuga que nos invita la tapa y la obra, uno tiene que ser una liebre en su trabajo y una tortuga en casa.  Lo tonto es ser liebre siempre. Lo tonto es ser tortuga siempre. Lo tonto es ser tortuga en el trabajo y liebre en casa. Ahora la parábola no es sobre la perseverancia y la constancia sino sobre los grados de la velocidad en la realización de las tareas, en la eficiencia.  

“El capitalismo  va demasiado rápido incluso para su propio bien, pues la urgencia por terminar deja muy poco para el control de la calidad” (pág. 15)

         
 Se preocupa por los muertos que ocasiona el karoshi, muerte por exceso de trabajo en Japón, exceso por tener, pero ni una línea para los muertos que deja el hambre, que estoy segura que supera el número infinitamente. Quien no tenga qué comer no puede comer más lento y menos los productos de huertas orgánicas, ni saludables, ni pagar miles de dólares para disfrutar de una cena en Italia. El autor se excede en varias páginas para mostrar los beneficios del la comida lenta, “Slow Food”. Para eso viaja a Italia y se explaya hasta en los detalles más minúsculos para adentrarnos en su experiencia. Más que abrirme hacia la posibilidad de incorporar una comida slow lo que me abrió es una terrible indignación. La lista de lo ingerido en una cena incluye: vino blanco, pizza, tarta de espárragos, calabacines rellenos de huevos, mortadela, queso parmesano, patatas, perejil, cebollitas, pan casero, testaroli con setas, caracoles con salsa almendrada, pescado, mariscos con salsa verde, patatas, salmón ahumado, etc. Esta descripción de los alimentos va acompañada de alabanzas de la comida que dura más de cuatro horas como debiera ser. “Me he pasado cuatro horas sentado a la mesa sin la menor sensación de hastío ni fatiga” (pág. 94) Si yo estuviera en su lugar podría pasarme diez horas y lo pasaría bomba.



Un tema aparte merecen las contradicciones del mismo autor. En una página dice una cosa y, páginas adelante, dice otra. Por ejemplo, alienta el consumo de especies locales para evitar la contaminación por el uso de transporte y ante la pérdida de nutrientes al comercializarla en países lejanos, así como el beneficio de las huertas orgánicas, pero luego se explaya sobre una feria mundial donde había productos de todos los puntos cardinales.

“Las virtudes de la Globalización se exhiben en el salón del Gusto (…) y atrajo a quinientos productores de alimentos artesanales procedentes de treinta países. Durante cinco días de fiesta para el paladar, ciento treinta y ocho mil personas pasearon entre las casetas, empapándose de los maravillosos aromas y probando exquisitos quesos, jamones, frutas, salchichas, vinos, pastas, mostazas, conservas y chocolates. En todo el Salone, la gente establecía relaciones mientras mordisqueaba. Un fabricante japonés de sake hablaba del marketing por Internet con un pasto de llamas boliviano” (pág. 75-76)

“Les llegan los pedidos de ultramar, de elegantes restaurantes españoles deseosos de incluir en el menú” (pág. 76)

“Muchas personas dan un paso más y cultivan sus propias verduras. (…) En las asignaciones cerca de mi casa, uno ve a yuppies que se apean del BMW Roadsters, para examinar sus orugas (la planta herbácea, no la larva), zanahorias, patatas nuevas y pimientos” (pág. 79)

Leáse que  el “Slow Food” puede ser un gran negocio y estas formas de pensar son las que nos están llevando al desmadre. Por aquí no va la respuesta a nuestras problemáticas sociales sino al bolsillo y a la “salud” de unos yuppies. ¿Qué tanto de moda, y no de respuesta, tiene plantar tomates en nuestra casa? ¿O comprar solo aquello que diga “orgánico” y venga en un envoltorio verde?

         Buceando para encontrar información del autor, luego de dar por finalizada la lectura del libro y para no influenciarme, me encuentro con este dato: “Cuando realizaba las investigaciones para escribir esta obra, le pusieron una multa por exceso de velocidad” (fuente: quedelibros)






Otro párrafo aparte merecen las formas de hablar hacia quienes comen comida rápida, formas que raya la discriminación subsumiendo la obesidad sólo a cuestiones del comer, hablando incluso desde el sentido común. Y acá es necesario incorporar el tema de la responsabilidad; quien habla asume conocimientos médicos pero ¿asume la responsabilidad del impacto de sus dichos en  sus lectores? Indirectamente toma a la “obesidad” como marketing,  basta con nombrar esos programas de televisión de competencia donde minan las autoestimas y torturan a seres humanos en post de cánones de belleza prefabricados e impuestos junto con los millones de productos para llegar, o arrimarse, y a veces, ni siquiera a eso. Pavarotti es Pavarotti por su voz y no por el talle de su pantalón.

“Como hacen tanto hincapié en la comida, uno podría esperar que en el Salone todo el mundo tuviera las proporciones de Pavarotti. Nada más lejos de la realidad. Hay mucho más excedente de grasa ondulando en cualquier establecimiento Dunkin’ Donuts” (pág. 76)


El movimiento slow es tan generoso que aún se benefician otras especies. “Hoy, los pollos también gozan de mayor lentitud. (…) Los pollos se pasaban tres meses correteando libremente por la granja. Por la noche dormían en unos cobertizos espaciosos. Esas aves producen una carne que es firme, jugosa y aromática”.  (pág. 78) Lástima que les espera terminar por completo entre los jugos digestivos de los humanos. No pude evitar acordarme de la aguda obra de Orwell, “Rebelión en la granja”. Véase como el autor se preocupa del  maltrato hacia los pollos sólo porque es negativo para la carne, es decir, pollos en tanto carne ambulante para un posible buen negocio.


        

Otra de las críticas se dirige a la forma incorrecta de citación de fuentes y de bibliografía. Uno lee datos, informaciones, estadísticas, pero no se sabe de dónde salieron. Al final se lista la bibliografía pero para poder seguir con un hilo de lectura uno debería leerse todo lo citado hasta hallar el dato. Entiendo que no es un libro académico pero deja afuera al lector para ampliar su ruta de lecturas.



CONCLUSIÓN

No me parece inoportuna la problemática  en sí que postula el autor, la crítica a las formas de vida actuales, pero sí no comparto las maneras de responder a este problema donde la respuesta es continuar acelerado en el trabajo para producir más, tener más, y desacelerar en los otros espacios mediante técnicas, consumos varios, sólo posibles para cierta elite. Por lo tanto, la “lentitud” es un privilegio de quienes tienen el dinero para pagar por ella, de acceder a todas estas ofertas de la “lentitud” como el “slow food”. Y hasta el propio libro pasó a ser un best seller, es decir, hablar del movimiento slow también es un buen negocio.





Nació en Escocia en 1967 y vive en Londres. Es periodista. Ha escritos libros relativos todos al movimiento Slow como: “Elogio de la lentitud” (2004), “Bajo presión: cómo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente” (2010) y “La lentitud como método” (2013).


Nota: Las ilustraciones pertenecen a  Kestutis Kasparavicius, escritor e ilustrador/ ver biografía acá





DATOS DEL LIBRO
Título: Elogio de la lentitud
Autor: Carl Honoré
Editorial: Del Nuevo Extremo
Año: 2011
Páginas: 334
Ensayo - Autoayuda - Superación Personal


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Bobblehead Bunny